sábado, abril 28, 2012


Hoy es uno de esos días en los que echo de menos la gran ciudad. Un domingo de resaca. Uno de esos días en los que no quieres hacer nada, por que la cabeza te va a estallar de un segundo a otro. Tu cuerpo no quiere moverse. Por alguna extraña razón ganas la batalla contra tu cuerpo y te levantas, te duchas, te lavas los dientes, te pones las gafas de sol y sales a la calle. Desayunas en el centro, en algún café majo por Malasaña, un café y una tostada con tomate. Dejas más de la mitad y te vas a dar una vuelta. Y ya que estás por ahí pues miras a ver que ponen en el cine. El cine. Un templo para la resaca, sobretodo un domingo. Te tomas otro café, pensando que esta vez te lo vas a terminar, pero te has vuelto a equivocar. El simple hecho de sentarse en un banco y ver pasar a la gente es algo maravilloso.
A la salida del cine ya tienes un hambre voráz y como estás sola, no dependes de nadie para la elección del sitio. Vas al sitio que más te gusta, un Chungking Express. Bendito sea ese sitio. Definitivamente te vas encontrando mejor después de unas horas, después de que tu cuerpo haya eliminado gran parte del alcohol de la noche anterior.
Ya decides que te puedes relacionar con gente y decides hacerle una visita sorpresa a alguien. Una de esas personas espontáneas, que te recibirá a no ser que tenga que estudiar para algún examen, aunque de igual modo te recibirá por que le apetece más pasar el rato contigo que con los apuntes. Una de esas personas que en el momento más inesperado te hace una pregunta que te mata. Pero por otro lado una persona que transmite paz. No te sientes en la necesidad de tener que estar hablando. Poder estar tirada en un césped sin decir nada, durante horas o hacer volar una cometa, que se enrrede en un árbol y maquinar un plan para recuperarla. Sentirse como una niña de 7 años. Ver la puesta del sol, mientras tienes una conversación de besugos. Hacerle una foto cuando se queda dormida y reírte por que hace ruidos extraños, que no llegan a ser ronquidos.

O una de esas personas con la que puedes tener una conversación sin palabras. Mirarle a los ojos y saber lo que piensa. Una de esas personas que siempre ha sido algo especial, que aprecias y quieres pero te da miedo. Las cosas nunca han estado claras, siempre ha habido cierta barrera, hasta que llega un día y explotas. Mirarle a los ojos y temer que te delates. Decirle qué sientes cuando la abrazas. Y que tras años sigas sintiendo lo mismo, solo que ahora ya no estás en la postura de poder hablar de tus sentimientos. Con la que sales a pasear al perro y te haga fruncir el ceño.

O una persona de esas con la que sales a cenar, sales al cine, sales de fiesta. Con la que mantienes conversaciones sobre agujeros negros o el amor, durante horas. Una de esas personas con la que surgen temas extraños y en los últimos cinco minutos te vas por las ramas. Una de esas personas con la que haces apuestas y luego te toca ver una película de miedo. O que intentas influir sus sueños hablándole durante la fase REM, aunque solo sea de submarinos y helicópteros.

O una de esas personas que a las nueve de la noche te dice "Andiamo fare una pizza, Mario".