martes, agosto 17, 2010

Distorsión nocturna


Ese dulce aroma que te envuelve en su cercanía, te atrapa y a la vez te repele.
Esa ligereza con la que te dice burradas al oído mientras te mira a los ojos cogiendo tu mano como si fuese tu novia de hace años.
Esa facilidad para quitarse la ropa.
Esa falsedad en los ojos con la que penetra al mirarte.
Esa labia para convencerte a hacer cualquier cosa, como si esa noche fuese única y pudieras llegar al fin del mundo con ella.
Amablemente te invita a sobrepasar tus propios límites.
Esa generosidad con la que te invita a tabaco, un cigarro que te ves en la obligación de rechazar porque te verás en la obligación de devolverle el favor (y no precisamente será un cigarro lo que ella quiera).
Una persona que no conoces de nada. Una simple casualidad o el hambre que te obliga a desviarte de tu camino, hace que hables con ella. Una persona agradable y simpática que no rechazarás por no dejar de ser cortés. O simplemente es que a mí me cuesta decir que no. Yo que creía tener claros mis límites.
Esa noche perdí el norte, el sur, el oeste pero me encontré con el este. Un lugar oscuro con luces rojas, aterciopelado. Intentando imitar cierta elegancia y sofisticación. Y cuando te quieres dar cuenta de qué está pasando, acabas de pagar por que una checa te baile. Que baile para ti, sólo para ti y nadie más.
Supongo que hasta que no estás en una situación parecida no sabes, ni tienes la más remota idea de hasta dónde eres capaz de acabar una noche que decides salir. Una inofensiva noche. Desde luego que a la hora de la verdad somos todos una pequeña caja de sorpresas. Y yo ahora desde luego que puedo decir que sé a qué huele una puta.